Mi experiencia en Paraguay por Marta Vallbona Marta estuvo dos meses en Villarrica, Paraguay, haciendo una tarea de voluntariado y compartiendo el día a día con las operarias parroquiales del lugar.
En su testimonio afirma que ha sido una de las mejores y más enriquecedoras experiencias que jamás ha vivido.
He estado dos meses en Villarrica, Paraguay, y puedo afirmar con total certeza que es una de las mejores y más enriquecedoras experiencias que jamás he vivido.
Llegué a la residencia Filomena Crous en octubre 2014, con una calurosa bienvenida (literalmente) del ambiente Paraguayo. Las operarias Juana y Lissie son las encargadas de llevar el espíritu Auliniano a las familias con las que están en contacto en Villarrica, y realmente se desviven por ello. Dos mujeres fuertes y muy diferentes y con una calidad humana que traspasa fronteras. Conocidas en toda la “ciudad” cumplen con su misión el día a día. En la residencia, una de las mil cosas de las que se encargaba Lissie, tuve la oportunidad de convivir con ocho chicas adolescentes y estudiantes, mujeres que poco a poco fueron abriendo su corazón a la intrusa catalana.
En Villarrica, y en toda América Latina de hecho, hay mucho por hacer. Mi voluntariado fue bastante variado y dinámico. Algunas mañanas iba a una escuelita cerca de casa, en el mismo barrio de Santa Lucía, allí daba clases a grupos reducidos de niños analfabetos de lectura y escritura. El caos reinaba en las aulas y, aunque mi propósito era enseñar a leer y escribir a esos niños, mi objetivo iba más allá, intentando despertar el interés de los más pequeños por soñar, por tener curiosidad, aspiraciones que nadie deja florecer y el valor de tener valores, para ellos desconocido. Otras mañanas iba al hogar de ancianos abandonados por sus familias o encontrados por la calle, del que se encarga Juana, dónde pasaba horas escuchando las historias de los abuelos e intentando alegrarles el día con compañía. Por las tardes, rutinariamente, iba a un hogar de niñas a jugar con ellas y ayudarlas con las tareas de la escuela. El hogar lo llevan unas hermanas religiosas. En Paraguay prácticamente toda acción social la llevan a cabo asociaciones de religiosos, el resto de la población no es consciente, no se ayudan entre ellos. Las 11 niñas del hogar me robaron el corazón y les guardaré siempre un cariño enorme.
Tuvimos varias tormentas tropicales que paralizaron la actividad paraguaya, llenando nuestras calles de barro con el que jugar o, simplemente, ensuciarse los pies.
Tuve la enorme suerte de compartir la experiencia con Manuela, quien fue una madre para mi madre cuando estuvo en Roma y ha sido como una abuela para mi en mi estancia en Paraguay. Su apoyo incondicional y su amor por la vida y por Dios me ayudó a encontrar mi sitio en el que un día fue un país desconocido para mi.
Durante estos dos meses, hemos tenido momentos para todo, para reír, llorar, cantar, soñar, pensar, valorar, rezar, compartir, ver, sentir… Pero sobretodo hemos tenido tiempo por vivir, y eso es algo que en la sociedad occidental en la que nos encontramos, más de uno echamos de menos.
Siempre le estaré agradecida al Instituto Secular Magdalena Aulina por esta enorme oportunidad de vivir una experiencia tan enriquecedora.
Marta Vallbona
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